La biodiversidad (la variedad y la variabilidad de animales,
plantas y microorganismos en los ámbitos genéticos, de la especie y el
ecosistema) es necesaria para mantener las funciones fundamentales del
ecosistema, su estructura y sus procesos. La biodiversidad para la alimentación
y la agricultura se puede gestionar para mantener o reforzar las funciones
ecosistémicas y proporcionar opciones para la optimización de la producción
agrícola, y para contribuir a la resistencia de los ecosistemas para reducir
los riesgos. De hecho, la biodiversidad refuerza los servicios ecosistémicos
porque los componentes que parecen redundantes en un momento pasan a ser
importantes cuando se producen modificaciones.
La diversidad genética de los cultivos desempeña una función
crucial en el aumento y el mantenimiento de los niveles de producción y la
diversidad nutricional en todas las diferentes condiciones agroecológicas.
Diversos organismos que contribuyen a la biodiversidad del
suelo desempeñan funciones vitales que regulan el ecosistema del suelo, como:
la descomposición de residuos y el ciclo de los nutrientes; la conversión del
nitrógeno atmosférico en una forma orgánica; la reconversión de éste en
nitrógeno gaseoso; la alteración de la estructura del suelo.
La diversidad en plantaciones objeto de explotación
—mediante rotaciones de cultivos, mezclas de especies de cultivos, cultivos de
cobertura permanente de los suelos utilizados en la agricultura de conservación
o la agrosilvicultura— son técnicas que se utilizan a menudo para incrementar
la estabilidad de las cosechas e incrementar la fertilidad del suelo.
Los sistemas de pastizales y cultivos forrajeros que
diversifican e integran el ganado rumiante y los cultivos suelen ser más
sostenibles porque proporcionan oportunidades de diversidad de rotación,
cultivo perenne y mayor eficiencia energética. La introducción de animales que
pastan en ciertos momentos de los ciclos agrícolas puede ayudar a despedazar
material vegetal e incrementar la disponibilidad de nutrientes.
Los predadores y los parásitos que atacan a las plagas de
insectos o patógenos de los cultivos, y los insectos que se alimentan de
plantas que atacan a las malas hierbas contribuyen a la regulación de las
plagas. Más allá de estas relaciones tróficas directas, un patrón similar a una
telaraña de interacciones entre las diversas formas de vida presentes en el
terreno puede proporcionar beneficios adicionales. Por ejemplo, la producción
de cultivos se puede beneficiar de microorganismos benignos que colonizan los
cultivos y sus hábitats de manera que los patógenos no se establecen, o de
plantas que no se cultivan y que son atractivas para las plagas y que, por lo
tanto, reducen el número de plagas que afectan a los cultivos. En conjunción,
esta biodiversidad que actúa directa e indirectamente puede crear condiciones que
eliminan las plagas.
Medidas como la mayor diversidad de plantas en la
explotación, la mayor cercanía de las plantas y la consiguiente cobertura
superior del suelo y el incremento de los cultivos perennes pueden incrementar
la resistencia de los sistemas agrícolas a la invasión por especies nocivas y
ayudar a eliminar las malas hierbas.
Los polinizadores son esenciales para la producción
hortícola y de forrajes y contribuyen a la mejora de los cultivos de frutas y
fibras. La abundancia y diversidad de polinizadores, en gran parte
proporcionados por la biodiversidad silvestre, garantiza que los servicios de
polinización sean correctos.
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