Las semillas con toda su
diversidad genética, constituyen el corazón de la seguridad y la soberanía
alimentaria al ser la base sobre la que descansa toda la producción de
alimentos para nutrir a la población.
El proyecto de Ley Nacional de
Semillas es un instrumento de regulación para controlar lo que se produce y
cómo se produce lo que nos comemos. Este
hecho incide directamente sobre nuestra economía doméstica, nuestra salud,
nuestro equilibrio ambiental y sobre la competitividad del país en términos
agrícolas y toda su cadena de valor asociada.
Por esta razón debemos preocuparnos todos y todas como actores sociales.
El Senado dominicano, no parece
haber dimensionado lo pernicioso que resulta a los intereses de la nación, ni
el lesivo efecto que tendrá la ley, tal como está elaborada, sobre los pequeños
agricultores, a quienes la presente gestión de gobierno apoya con denodados
esfuerzos.
Este proyecto de ley plantea el
decomiso y la destrucción de recursos fitogenéticos para evitar la mezcla de
variedades y proteger así, en principio, la pureza de las semillas
certificadas. Esta medida conllevará una
reducción de la agrodiversidad y, eventualmente, una mayor vulnerabilidad ante
los ataques de plagas y enfermedades. En
adición, se potenciará, aún más, la contaminación ambiental ya que el paquete
tecnológico de muchas de las semillas certificadas exige un mayor uso de
agroquímicos.
Contempla además la enajenación
de nuestros recursos genéticos al ceder derechos, vía el otorgamiento de
licencias y contratos, que permitan a terceros reproducir y comercializar
semillas nacionales de variedades mejoradas obtenidas por instituciones
públicas.
Permite la entrada al país de
organismos genéticamente manipulados (OGM) producidos en otros países, sin
contar todavía con una legislación sobre bioseguridad y biodiversidad que
proteja la vida e integridad de nuestros propios recursos.
Por otro lado, desconoce derechos
consuetudinarios y criminaliza prácticas provenientes de saberes ancestrales de
la población relativos a la producción, la conservación y el cuidado de
semillas.
Supedita a los productores a un
riguroso control por parte de inspectores para verificar el uso de semillas
comerciales y certificadas. Esto puede
degenerar en una estructura de extorsión, ya que la mayoría de los productores
no llevan registros administrativos ni contables de sus actividades.
Establece un sistema de control
de la producción y la comercialización de semillas que estimulará la creación y
consolidación de un oligopolio de empresas, cuyo fin no es la producción de
alimentos sino la maximización del rendimiento financiero en beneficio propio.
Hace obligatorio el uso de
semillas certificadas cuando se trabaje con el apoyo financiero del sector
oficial (BAGRÍCOLA, FEDA, BNV). El sobreprecio de la semilla certificada
encarecerá los costos de producción, lo que elevará el precio de los alimentos
producidos.
Convierte al Departamento de
Semillas del Ministerio de Agricultura en la Oficina Nacional de Semillas
(ONASE) confiriéndole atribuciones y prerrogativas que limitan la capacidad de
maniobra de la autoridad sectorial para “impulsar políticas públicas y marcos
legales que garanticen a los productores nacionales el uso de semillas
nativas”.
Trastorna el Sistema Nacional de
Investigaciones Agropecuarias y Forestales (SINIAF) al no contemplar el rol del
Consejo Nacional de Investigaciones Agropecuarias y Forestales (CONIAF) como
ente cohesionador, articulador y de mayor jerarquía del Sistema.
Puede incluso afectar el programa
nacional de reforestación ya que ni el Plan Quisqueya Verde, ni los demás
viveros forestales utilizan semillas certificadas para la producción de
plántulas.
A la luz de lo expuesto, derogar
la actual Ley de Semillas, vigente desde el 1971 y sustituirla por lo planteado
en este proyecto de ley, supone un retroceso y un despropósito que de ninguna
manera contribuirá a la soberanía alimentaria.
El eventual incremento de la
productividad derivado del uso obligado de semillas certificadas, tendrá un
costo social y político demasiado alto, el menoscabo de la agricultura familiar
campesina.
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