La biodiversidad es un importante regulador de las funciones
de los agroecosistemas, no sólo en el sentido estrictamente biológico de su
impacto sobre la producción, sino en el de satisfacer una serie de necesidades
de los agricultores y la sociedad en general. Las personas que gestionan los
agroecosistemas, incluidos los agricultores, pueden aprovechar, mejorar y
gestionar los servicios ecosistémicos esenciales que proporciona la
biodiversidad en favor de la producción agrícola sostenible. Ello se puede
lograr mediante la aplicación de buenas prácticas agrícolas que respeten
enfoques basados en el ecosistema y que estén diseñadas para mejorar la
sostenibilidad de los sistemas de producción. Las buenas prácticas agrícolas
tienen por objeto satisfacer las necesidades de los consumidores de productos
de alta calidad, inocuos y producidos de manera responsable desde el punto de
vista medioambiental y social.
La conservación y el refuerzo de la biodiversidad en los
sistemas de cultivo tanto bajo como sobre la tierra (por ejemplo, la biodiversidad
del suelo) forman una parte de los cimientos de las prácticas agrícolas
sostenibles. Tales medidas también mejoran la biodiversidad en otras partes
adyacentes del medio que no forman parte de la tierra de cultivo, como las
masas de agua y el paisaje agrícola en sentido más amplio. La composición y la
diversidad de la biodiversidad planificada (por ejemplo, los cultivos
seleccionados) influencian en gran medida la naturaleza de la diversidad
asociada: vegetal, animal y microbiana. Constituye un desafío integrar
—mediante estrategias con enfoque ecosistémico— la biodiversidad planificada
que se mantiene con la diversidad asociada (por ejemplo, los polinizadores
silvestres).
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