En los años 70, como respuesta a
los problemas de contaminación del suelo, del agua y del aire, ocasionados por
prácticas agrícolas e industriales insostenibles, los australianos Bill
Mollison y David Holmgren, comenzaron a desarrollar una serie de ideas para
crear sistemas productivos estables basados en los siguientes supuestos:
- Los seres humanos estamos controlados
por las mismas leyes de la termodinámica que gobiernan el universo material.
- La crisis ambiental es real y de una
magnitud que acabará transformando la sociedad.
- La explotación de los combustibles
fósiles ha sido la causa principal de la explosión demográfica y tecnológica;
su declive provocará un retorno gradual a los principios de diseño observables
en la naturaleza.
Estas ideas se dieron a conocer
en 1978 mediante la publicación de un libro titulado Permacultura, término
derivado de la combinación de agricultura permanente y que fue concebida como
un sistema productivo, integrado y evolutivo, de plantas perennes y de especies
animales útiles. Esta idea estaba basada en la observación de la naturaleza, y
combinaba la sabiduría ancestral de los pueblos originarios, con el
conocimiento científico moderno.
Durante la década de los 80, el
concepto se enriqueció y se amplió, pasando del ámbito predominantemente
agrícola a ser una propuesta holística para crear hábitats humanos sostenibles.
Hoy en día, se puede definir como un sistema de diseño basado en valores éticos
y en principios que se utilizan para establecer, coordinar y mejorar todos los
esfuerzos hechos por individuos, hogares y comunidades que trabajan a favor de
un futuro sostenible.
Los principios en los que se
fundamenta la permacultura son cuidado de la tierra, cuidado de la gente y
repartición justa[1]. Estos son elementos comunes para la mayoría de las
sociedades tradicionales, lo que permitió su asimilación en una gran cantidad
de países.
Esta propuesta impulsa la
conservación de los recursos naturales, el ahorro de materiales, la reducción
de los desechos y la toma de conciencia de las posibles soluciones, que podrían
darse a los problemas locales y globales.
La ética y los principios
enfocados a la administración de la tierra y el entorno, fueron integrados
progresivamente a otros ámbitos importantes de la vida. De este modo, la permacultura se aplica en
asuntos como tenencia de la tierra y gobernación comunitaria; finanzas y
economía; salud y bienestar espiritual; cultura y educación; herramientas y
tecnología y finalmente, la infraestructura en general.
La evolución descrita, dio paso a
la creación de asentamientos humanos sostenibles, cuyos ejes centrales son la
producción de alimentos, el abastecimiento de energía, el diseño del paisaje y
la organización de infraestructuras sociales. También integra energías
renovables así como los ciclos de materiales en el sentido de un uso
sustentable de los recursos al nivel ecológico, económico y social.
Este salto cualitativo plantea un
cambio de paradigma que, sin embargo, lleva a la permacultura a confrontar
grandes escollos que impiden su avance:
- La cultura del consumismo impulsada por
medidas económicas distorsionadas de progreso y bienestar.
- El reduccionismo científico
prevaleciente que mira con gran reserva los métodos holísticos de
investigación.
- Las élites políticas, económicas y sociales
que se resisten a perder influencia y poder ante escenarios de mayor
autosuficiencia y autonomía personal y comunitaria.
La permacultura plantea la
progresiva reducción del consumo de recursos y energía. Satisfacer las necesidades humanas dentro de
los límites ecológicos del planeta, supone una revolución tecnológica y
cultural. Los cambios generan confusión
e incertidumbre y requieren tiempo para ser asimilados aunque, pareciera que es
de lo que menos disponemos para alcanzar esta revolución.
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