Nuestra vida depende totalmente de la agricultura que nos
proporciona alimento, fibra y combustibles.
De ahí que siempre haya habido interés por alcanzar la máxima eficiencia
posible en cualquier rubro de producción.
Durante las décadas del 1960 al 1990, la productividad
agrícola tuvo un gran auge debido a la difusión e incorporación de
tecnología. Esto produjo un incremento
notable en la producción mundial de alimentos que se hizo más eficaz a través
de la mejora genética, la mecanización de las labores, la expansión de regadíos
y el uso de fertilizantes y plaguicidas sintéticos.
Otras novedades que también han contribuido a transformar la
producción agropecuaria son la orientación al mercado y la
especialización. Los cambios de este
período fueron trascendentes. La
producción de alimentos de duplicó y en algunos rubros llegó a ser hasta cinco
veces mayor que con las técnicas y variedades tradicionales.
No obstante, el uso intensivo de insumos así como el cultivo
preferente de unas cuantas especies de cereales y granos en grandes extensiones
de monocultivos, derivó en una agricultura cuyo objetivo fundamental es el
lucro de las grandes empresas productoras de semillas, agroquímicos y
laboratorios de genética que dominan el actual sistema agroalimentario.
El uso de semillas mejoradas ha modificado hábitos
ancestrales de producción; genera dependencia y reduce los márgenes de ganancia
de los pequeños productores pues al tratarse de híbridos u organismos
genéticamente manipulados; los agricultores no pueden utilizarlas como simiente
para el próximo ciclo productivo teniendo que adquirir nuevas semillas en cada
ciclo.
Los monocultivos crean además; ecosistemas simplificados,
artificiales e inestables que los hacen más susceptibles al ataque de plagas y
enfermedades por lo que constantemente requieren de pesticidas y fertilizantes
químicos.
El volumen de insumos sintéticos requeridos es tal, que la
producción agropecuaria convencional, se ha convertido en una de las fuentes de
mayor emisión de gases de efecto invernadero (GEI) hacia la atmósfera pues
genera dióxido de carbono (CO2) producto de la mecanización y la quema de
bosques tropicales para expandir las áreas de cultivo; metano (CH4) originado
por la producción pecuaria y óxidos de nitrógeno (NOx) debido al uso excesivo
de fertilizantes sintéticos.
La emisión de gases es de tal envergadura, que algunos
expertos consideran que solo esta actividad, es responsable del 30% de los GEI
emitidos a la atmósfera por la acción humana.
Paralelamente, la agricultura convencional es una de las mayores fuentes
de presión que causan la pérdida de biodiversidad y causa además, pérdida de
fertilidad de la tierra lo que afecta la calidad nutritiva de los alimentos.
Por otra parte, hoy en día muchas enfermedades crónico
degenerativas, algunos tipos de cáncer, problemas de fertilidad, del sistema
inmunológico y un sinnúmero de dolencias, han sido asociadas al alto consumo de
pesticidas, fármacos, hormonas, aditivos, colorantes, conservadores y demás
sustancias que contiene la comida.
En rechazo a esta problemática, han surgido movimientos que
han marcado tendencia impulsando sistemas productivos más sanos, amigables y
respetuosos con el medio ambiente.
Algunos de estos modelos solo plantean cierto compromiso y
respeto por el medio ambiente, mientras que otros han asumido una actitud combinada
de protección ambiental e inclusión social que los ha llevado a desmarcarse de
los lineamientos del sistema agroalimentario creando sus propios nichos de
mercado.
Entre los modelos de producción que ha alcanzado notoriedad
podemos mencionar la agricultura orgánica, la agricultura ecológica, la
permacultura, la agricultura biodinámica. El denominador común de estos métodos
es la protección de los recursos sobre todo del suelo.
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